martes, octubre 21, 2008

Estados más representativos en el Día de Muertos.

Michoacán.

En las áreas de los lagos de Pátzcuaro y Zirahuén, la fiesta dedicada a honrar la memoria de los muertos se manifiesta con todo su esplendor. Cualquiera que tenga la fortuna de apreciar todos los preparativos y la magnificiencia de la Celebración de Día de Muertos, en Janitzio o en Pátzcuaro, se lleva una experiencia inolvidable.
Cacería de Patos con Fisga.
Entre las tradiciones únicas de esta región esta el pato enchilado. Tradicionalmente la cacería de pato es realizada por la gente del lugar desde una canoa y cazado en el aire con una fisga.
Vigilia en el Cementerio.
Tan única en esta región es la vigilia en el cementerio el 1 de noviembre. Mujeres y niños, en la isla de Janitzio, son los únicos permitidos dentro del cementerio para realizar la vigilia nocturna. Mientras que los hombres los esperan a la entrada.
La importancia del Arco.
Sobre la tumba es colocado el arco. Adoptado de los misioneros, la cruz indígena que lleva el arco simboliza el fuego, el sol y venus, como sacerdote y mensajero. También representa el número cinco con un punto en cada esquina y uno en el centro. Las esquinas simbolizan los punto cardinales, y el del centro representa al sol. La unión de esos cinco puntos coincide con dos líneas que se cruzan. Ésta es sólo una pequeña introducción de la celebración en el estado de Michoacán. Para mayor información, vea el libro de Mary J. Andrade, A Través de los Ojos del Alma. Si está interesado en adquirir uno de los libros llame al (408) 436-7850 extensiones 202, 203 o envíe un correo electrónico usando el formulario de contacto.
La Velación de los Angelitos.
El 1 de noviembre, al amanecer, los niños toman el lugar central. Abrigados para protegerse del frío, siguen a sus padres al cementerio donde se llevará a cabo la velación. Durante tres horas, en las tumbas de sus hermanos y hermanas fallecidos, ellos velarán mientras que sus padres los miran desde el filo del cementerio.

Oaxaca.

La semana de los muertos.
En realidad aquí no se puede hablar del Día de Finados, lo más apropiado sería decir La Semana de los Muertos. Ocho días antes de la fecha tradicional, la central de abastos se pone a reventar con la venta de artículos y condimentos necesarios para la celebración, que serán colocados en los respectivos altares levantados en los hogares, plazas y cementerios. La ofrenda a los muertos, es un reflejo fiel de las creencias nativas. Los antiguos habitantes de esta región creían que el alma del difunto hacía acto de presencia en la casa que había habitado en vida. Los familiares, para recibirlos dignamente, ponían al alcance de ellos una serie de ofrendas que consistían principalmente de diferentes platillos: tamales, tortillas, atole, calabazas, codornices y conejos, aderezados según la forma como le gustaba a la persona fallecida. Después de que alma visita el hogar y se ha deleitado con el aroma de las ofrendas, se las llevan a los cementerios para, al pie de las tumbas, repartirlas y disfrutarlas con familiares y amigos.
Llevando los espíritus a casa.
Algunos de los pueblos encienden fogatas en cada esquina de las calles para guiar a las almas por el camino seguro. Desde la calle se hacen caminos con pétalos de cempasúchitl, para conducir el alma hasta el altar que se ha hecho en su memoria. En varias poblaciones, los familiares van a los panteones a depositar las ofrendas florales y a comer, como si fuese un día de campo, entre música, cantos y rezos.
Tradición Prehispánica.
De acuerdo a información proporcionada por varias personas nativas del Itsmo de Tehuantepec, Todo Santos tiene sus raíces en la época prehispánica. Los indígenas ofrendaban a sus muertos, de una manera parecida a lo que en la actualidad se hace a través del altar. Los familiares esperaban la llegada o regreso de las almas, asumiendo desde la noche anterior, una actitud humilde, en señal de respeto. Dejaban las ventanas y puertas abiertas, para que ellas entraran a disfrutar de todo lo que les ofrendaban en el altar y así pasaban la noche sus familiares platicándoles sin levantar la vista. Durante la conversación les pedían a sus muertos que cuidaran de ellos y que suplicaran a sus dioses para que les dieran una excelente cosecha y buena pesca.

Puebla.

El sentido de dualidad que dan la vida y la muerte en este mundo y la seguridad de que la vida continúa en el más allá, están fuertemente arraigados en la mente y en el corazón de los poblanos. La celebración de difuntos es sólo una oportunidad más para reconocer al Creador y revivir el recuerdos de los antepasados.
El ofrecimiento es, en esencia, una profunda expresión de amor. Esta expresión tan importante en el mexicano, se siente con mucha fuerza en comunidades como San Gabriel Chilac por estar alejadas de la influencia de las grandes ciudades, donde el modernismo tiende a alterar las tradiciones.
Se ora por los difuntos, se los recibe con todos los honores, construyendo altares con ofrendas especiales en las casas, para luego trasladar lo ofrendado al cementerio en un segundo acto de homenaje y convivencia con ellos. Es una entrega y compenetración espiritual y física, única en su manera de expresarse.

Yucatán.

Las prácticas del Hanal Pixán se remontan a los tiempos en los cuales los mayas escogieron un día del calendario religioso al que llamaron manik, cuyo significado es el paso de las almas sobre la esencia de los alimentos. De este día derivan una serie de elementos característicos de la celebración: el considerar la tierra como un espacio cuadrado, sus altares adquieren esa forma. Ellos creían que cuatro dioses o bacabés (Bacaboob en maya), sostenían la tierra en las cuatro esquinas, por ello colocan todavía cuatro jícaras en esa posición sobre la mesa.
La ceiba, el árbol sagrado de los mayas, es el punto de conexión entre el plano terrenal, el paraíso y el inframundo. Simboliza los tres niveles de su religión: el superior, representado por sus ramas, es el que está regido por trece dioses del Oxlahuntikú; su tronco representa el nivel intermedio o plano terrenal donde vivimos y sus raíces, que se adentran en la tierra, simbolizan el tercer nivel o inframundo, el Bolontikú,regido por nueve dioses.

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